Ana

Se sentó a pensar en su nuevo libro,hace tanto tiempo que no se atrevía a escribir ni siquiera una palabra en aquel papel blanco que lo miraba con incredulidad ante su disposición creativa. El mundo lo había abandonado, todo lo que pensaba que era real de aquella jungla de cemento se había evaporado en un abrir y cerrar de ojos, ella se había ido, y junto a su perfume, lo había dejado sin nada, se había llevado sus palabras junto a su silueta y sus ojos tristes.

Cómo expresar años sin nada, cómo recrear el mundo que había perdido, cómo lograr hacerlo real nuevamente en aquel papel sin vida. Su primera palabra salió de aquel lápiz de tinta negra, su primera palabra no era elocuente, no era lo que pensaba que iba a ser, ¿qué era? un nobre de tres letras: Ana, después de aquel gesto liberador, comenzó a describirla.

Cómo escribir sobre alguien que lo había dejado sin nada, que incluso se robó aquellos recuerdos sobre su figura, sobre sus ojos, sobre su boca...lo único que lograba crear en su mente era su pelo largo y liso, como aquellas muñecas que toda niña desea tener, aquel cabello era el de Ana. La tinta salía de su lápiz sin que él se diera cuenta, ¿qué escribía? aún él no lo sabía, ¿dónde lo llevaría?, dejaría que la tinta lo guiara, que ella fuera su musa, el sólo sería su transporte, aquella creatividad al parecer aún no había muerto, pero Ana sí.

De alguna forma, se dio cuenta que con cada palabra, con cada tinta derramada en aquel papel blanco, la dejaba ir, de a poco, dolorosamente, Ana se despedía y un libro iba surgiendo desde su puño, desde su luto. Se dio cuenta que su pelo se desvanecía en su mente, sólo quedaba su silueta, su sombra, ya no era Ana, no era nada.